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Antes de que las luces de la Revolución francesa (1789) se apagaran, el crédito de la razón se había desvanecido. El hombre comprobaba de nuevo que la tiniebla es una condición inherente a su raza. Aunque el hombre había pasado de ser súbdito a ciudadano y Rousseau había escrito “El contrato social” (1762) nada de esto satisfacía, al ver como Napoleón que se había autoproclamado emperador, asolaba a Europa dejando tras de sí un escenario de desolación.

También es cierto que el pensamiento revolucionario fue causa de la fractura de las instituciones absolutistas de la monarquía y de la iglesia católica, y que junto al desarrollo de la burguesía ilustrada, expuso los fundamentos para la génesis de una individualización ideológica, que derivará en el Romanticismo. Éste como acto de rebelión que fue, arremetió -en lo que al arte se refiere- con la tradición iconográfica y formal clásica, aportando nuevas formas y contenidos. Fue un movimiento profundamente filosófico, sobre todo el que se desarrolla en el ámbito de la geografía Alemana; el cual se nutrió de la filosofía de autores como Immanuel Kant, Friedrich Schelling, además de establecer un diálogo con la obra literaria de Kleist y la poesía de Novalis.

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